miércoles, 13 de mayo de 2009

La Noche era Fría I


La lluvia no caía, y sin embargo se sentía como si estuviera totalmente mojado. Húmedo y mojado, completamente calado hasta los huesos.
El cielo era una excusa de luz, apenas un resplandor grisáceo que ya comenzaba a transmutarse en algo mucho, muchísimo más oscuro. El camino de piedra vieja, muy vieja, serpenteaba por aquella colinita y se sumergía entre el césped descuidado, las hojas secas que hacía rondas alrededor de las estatuas y el desgaste de las décadas.
El día declinaba rápidamente, cediéndole el puesto generosamente a la noche, noche negra y animal que acechaba agazapada detrás de los pocos árboles que se asomaban entre los costados, alrededor de todo aquello. Los ejemplares que había dentro de auqel sector eran mucho más viejos que ellos, por supuesto, y querían reflejar vida y esplendor: no obstante, las ramas delgadas y negrísimas y el follaje putrefaco y descuidado hacía pensar otra cosa.
En realidad, todo aquel lugar tenía ese aire de abandono y olvido que solo tienen, como una analogía imposible, los cementerios. Los edificios viejos tienen algo de este olor de cementerio pegado encima, sobre todo los que fueron construídos mucho antes que vos nacieras. Es como haber inmortalizado en piedra un grito del momento, un momento o un fragmento de tiempo, y dejarlo a las inclemencias del tiempo para que se desgaste y demuestre, grite junto a su grito esculpido "Soy Viejo, He visto pasar miles de humanos y muchos otros niños, y probablemente siga estando aquí cuando tu te vayas".
Caminaba por la entrada del cementerio mientras veía muchas esculturas y toneladas de símbolos desvanecerse en los telones del tiempo. Musgo, flores marchitas, salitre acumulándose en rincones, puertas de criptas aherrojadas con cadenas gruesas y oxidadas, candados que probablemente no tuvieran ya que abrirse más. En alguna entrada violada, escaleras penetrando las entrañas de la tierra, totalmente cubiertas por las tinieblas. No había clima para palomas, ni para nada en realidad: todo estaba húmedo, frío y quieto. Como la piedra que conformaba las piezas de ese rompecabezas colosal que era el CampoSanto.
Sacó un cigarrillo y lo encendió, a la vez que desechaba el que traía de antes. Dejó el carrito en el que estaba cargando ese bendito cajón y se detuvo a observar un poco el panorama del viejo Cementerio antes de empezar a trabajar. Exhaló una bocanada de humo, de un gris mucho más claro que el cuadro que tenía detrás, y escupió. Odiaba el trabajo físico abundante.
Se puso la pala al hombro y abrio la cerradura del cajón, prolija en comparación al caos mecánico que le rodeaba. Trevor se desperezó apenas y le miró un momento a los ojos. Por la mirada y los gestos, se notaba que no tenía ganas de salir.
-Ya llegamos?-
-Si, ya llegamos, es hora de trabajar-
-Con lo cómodo que estaba...-
Trevor se incorporó de a poco. Con la lentitud propia de sus años, salió del cajón serena y perfectamente, y comenzó a seguirlo mientras caminaban por los senderos, las losas de granito semi-sepultadas conformándolo.
Viéndolo desde afuera, él era la única pieza que estorbaba al rompecabezas. El clima, el cementerio, incluso Trevor encajaba ahí: pero él no, y eso no dejaba de molestarle. Como un mal sabor que no te podés quitar de la boca. Pero el trabajo era trabajo, y no se negó, ni siquiera consideró volver atrás.
En un momento de la marcha, Trevor le detuvo tirándole del hombro con sus esqueléticos dedos, señalándole con la aguja que tenía por índice derecho un sitio específico.
-Ahí-
Trevor sabía elegir los lugares. Usualmente no era útil, y estaba a su lado solo para molestarlo con comentarios estúpidos, pero contaba con algunas habilidades que había entrenado a lo largo de los años: era obvio que con su físico flacuchento y cadavérico no se podía esperar de él una ayuda a cavar, pero sí sabía elegir los lugares. Y nunca fallaba; o por lo menos, no se había equivocado desde que estaba con él.
Se acercó, exhalando una gran bocanada de humo y sosteniendo la pala sobre los hombros y el cigarrillo en una sola mano, echándole una mirada al lugar. Era una Cripta pequeña, de apariencia más desagastada que el resto. Probablemente en una época hubiera tenido unos lindos bajorelieves, pero ahora el mármol y el granito se hallaban alisados, como si fuera cera de una vela vieja. La cera-piedra también se había derretido-derruido en las placas, así que la lectura de los epitafios era casi imposible. Solo podía deducirse que debía de ser una de las primeras Criptas, de hacía más de doscientos o trescientos años, y que había varios miembros de una familia enterrados allí, a juzgar por la cantidad de epitafios difusos.
-Una Cripta?- preguntó, echándole una mirada a Trevor. Éste se limitó a alzar los hombros, y él también tuvo que resignarse: después de todo, los lugares nunca eran iguales. Por lo menos no tendría que cavar esta vez.
Al tercer golpe dirigido a la cerradura con la vieja y fiel pala de hierro, el picaporte se cayó y las dos hojas de la puerta se abrieron apenas, deteniéndose con un chirrido de herrumbre. Probablemente las bisagras también estuvieran totalmente carcomidas, destruídas por el paso del tiempo. Un par de empujones lograron abrir las puertas, y una ventolera de aire húmedo y olor a encierro lo embistieron. Estaba acostumbrado la fragancia de esos lugares, pero seguía teniendo cierto recelo por los lugares oscuros. Así que fue hasta el carrito que contenía el molesto cajón y a Trevor, lo cargó sobre sus hombros (a Trevor, no al cajón) y encendió la querida, vieja linterna. Ahora que se lo ponía a pensar, nada de su equipo era nuevo: todo tenía ya sus buenos años de uso.
La Cripta era relativamente simple: dos sótanos con ocho cajones cada uno. A juzgar por la cantidad de polvo que tenían los candeleros y los ataúdes encima, era probable que el último miembro de esa familia hubiera muerto hacía mucho, muchísimo. la pared occidental estaba un poco húmeda y tenía una buena capa de musgo encima, pero a juzgar por la cercanía con el río, era más que probable que la humedad hubiera hecho su trabajo en todos esos años...
Dejó a Trevor en el centro del primer sótano. El flacuchento se tronó unos cuantos huesos (cuando lo hacía parecía que fuera a dislocarse algo) y lo miró con una sonrisa, como siempre. Como siempre y desde siempre.
-Vete, vuelve en cosa de...- dijo, mirando alrededor y haciendo un ligero cálculo -...Tres Días? Lo tengo que tener listo para entonces-
-Como digas. En Tres Días estaré de vuelta, estate seguro-
-Y Trae Papas Fritas-
-Ni en pedo. Cada vez que comés papas fritas terminás vomitando todo-
-Vos traeme, prometo controlarme esta vez-
Lo despidió con un gesto de la mano. Subió los peldaños de la escalerita y cerró las dos hojas de las puertas de metal, que volvieron a su lugar acostumbrado con otro chirrido. Rebuscó en el cajón y encontró una de las cuatro cadenas que llevaban siempre, y la anudó alrededor de las puertas como si fuera una gran y pesada corbata. Estaba contemplando el nudo y considerando si era una atadura lo suficientemente sólida, cuando la voz lo sobresaltó.
-Sigues trabajando igual que siempre, Sepulturero-
No importaba que lo conociera desde pequeño, ni que supiera que podía (y solía) aparecérsele por detrás, o sorprenderlo cuando pudiera. Siempre lo sobresaltaba esa voz seseosa, suave pero incidente, con cierta cadencia impropia de la pronunciación a la que estaba acostumbrado.
Miró hacia arriba y lo vió, sentado sobre el sencillo techo de la pequeña y antigua Cripta, devorándolo con esos ojos atemporales. Quien sabía desde hacía cuánto estaba ahí arriba, riéndose de él, observándolo trabajar.
Dando una buena pitada a su cigarrillo, lo arrojó lejos y encendió otro antes de comentarle:
-Te gusta sorprender a la gente, Virgilio?-
La Noche ya había devorado al día, y continuaba agolpando nubarrones negros en lugar de estrellas en el cielo.

1 comentario:

  1. No recuerdo bien aquella noche... Todo se ve opaco, como si hubiesen puesto un velo ante mis ojos.
    El brujo, lo se, lo recuerdo a medias, había hecho algo terrible... Había creado un ser monstruoso... Nos había condenado a todos... Aquella noche, dormi con pesadillas, mi cabeza explotaba, mi estómago se revolvía, cuando recordaba como un eco lejano el nombre de aquel ser... La madre se había acercado, lo había señalado con su dedo acusador... lo había llamado Virgilio... La divinidad se alejó de su lado y huyó de él... Virgilio se levantaba, onmipotente ante todos... el velo caia en mis ojos...

    VIRYIIIIILLL!!!! Jajajaa, tenia que salir... Perdón, lo de arriba es una analogía de lo que pasó aquella noche...

    ResponderEliminar

Críticas, dudas, comentarios, curiosidad, insultos... cualquier cosa que deseen comentar.-