jueves, 9 de julio de 2009

Palomas de Mañana
















Ves el reloj y sabés que te tenés que volver a tu casa.
Te cansa siquiera pensar en el viaje de vuelta. No importa si vivís cerca o lejos, siempre te da pereza el viaje de retorno a casa. Sobre todo si pasaste toda la noche ahí, y ya el sol que viste ocultarse cuando entrabas por esa puerta volvió a vivir, y te mira con saña.
Tardás un poco en convencerte a vos mismo de volver. Todo resulta tan acogedor, tan familiar, tan suave y bueno... Pero ahí está esa vocecita, chillándote.
Vamos, dale, movete, sino vas a dormir toda la tarde y no vas a hacer nada mañana. Y va a ser otro día más para tirar al paragüero que tenés por basurero.
Anunciás que te vas, siempre te replican que porqué te vas, que te tendrías que quedar un rato más... pero ahí es cuando al anfitrion le cae la ficha también. Es tardísimo, vos te tenés que ir y él tiene que limpiar el chiquero que vos y otros causaron. Y él también quiere descansar, obviamente.

Un abrazo, un beso, un apretón de manos, y encarás la calle. No importa si hace frío o calor... dentro tuyo siempre suena ese silencio pesado de Iglesia vieja cuando te vas de ese lugar. Pasas de estar calentito y abrigado, riéndote con tu gente, a estar acobradado y helado sobre unos mosaicos resquebrajados y grises.
Pasás de estar brindando con ideas, de cabeza en cabeza, fresco y chispeante, a estar ahogado de calor, con demasiada energía encima como para estar tranquilo.

Ahí, después de la secuencia del silencio, es cuando empieza a sonar la música que todos llevamos dentro. O tarareás una canción, o silbás una melodía, o la vas cantando con la mente... o enumerás las cosas que pensás hacer. O calculás cuantas cuadras, cuanto tiempo, dónde está el sol, cuando cruzar la calle, cómo dormirte en un horario que, se supone, no es el apropiado. La música de todos arranca a sonar.

Depende de la hora, pero todos los que nos volvemos a estas horas y en estas frecuencias solemos ver esos mismos rostros arrugados (como los nuestros, aclaro), con mucho sueño atrasado a cuestas y con un solo objetivo: llegar.
No importa si es gente que se peleó con sus camas y durmió mal, yendo a trabajar.
No importa si son colegas, trasnochadores, intentando no dormirse mientras esperan el bondi.
No importa si son Hijos de la Noche, escondiéndose del sol como si los quemase (y, en realidad, a veces quema)
No importa si es gente que no se acostumbra a madrugar un poquito para trabajar de mañana.

El panorama es el mismo: calles vacías que se van llenando con relativa rapidez, bondis pachorrientos que arrastran y reflejan la lentitud mental de quienes los manejan en ese momento, paseantes que pueden o no mirarte, gente que limpia los pisos o te mira pasar con cara avinagrada, como si fueras a molestarlos de alguna manera.

Realmente, lo que menos nos importa en esos momentos es el contacto y la interacción con el prójimo. Solamente queremos, como dije más arriba, una sola cosa: LLEGAR.

Esperás el bondi, si lo tenés que esperar (quien jamás se tomó un bondi en estas instancias, abandone la lectura), y el bondi tarda mucho. Muchísimo. Meses te parece que tarda, y ves como la gente se acumula en la parada, haciendote compañía en un silencio casi legal, con rostros que susurran insultos al transporte público.
Al fin, chillando y haciendo resonar sus frenos, llega el bondi. Te acurrucás en un rinconcito y ves pasar el panorama lejos tuyo... pero a la vez, cerca.

Es increíble lo silencioso que puede llegar a ser uno de estos bondis por la mañana. A excepción de algún desubicado que no sepa respetar el silencio ajeno con una radio, éstos (y uno que otro que ronde la medianoche) son los más silenciosos. Todos los ocupantes parecen ser copartícipes de un funeral entendible solo por quienes pasan por esa experiencia; y en cierto modo, se conducen y manejan con caras tan graves y un silencio tan notable gracias a que son conscientes de que están enterrando algo.
Ellos (nosotros, digamos) saben que estan sepultando su libertad de dormir a esas horas, y su necesidad de descansar un poco más. Necesidad que todos tenemos pero que, vaya a saberse porqué razones (cada uno difiere), dejamos de lado.

Vale la pena el sacrificio? Es una pregunta que solo podemos respondernos nosotros mismos, si es que realmente podemos.

Llegamos a nuestra parada, caminamos un poco más reconociendo las casas del barrio, las baldosas sueltas y los perros que ladran, molestos; además de Don Enrique que sale a trabajar en su bicicleta y las palomas que revolotean por ahí.

Y si, al fin llegás a la puerta de tu casa, largás el suspiro que largás siempre que llegás en este punto de la historia... y ahí te das cuenta.
Palpás bolsillos, bolsos, bolsillos internos. Revisás todo de nuevo, y una vez que te cerciorás, hacés lo que hacés siempre que te pasa eso.

-La reputa madre - deci(mo)s -Me olvidé las llaves adentro-







Esta entrada está dedicada a Usted, cuyo estilo picaresco robé casi sin darme cuenta (y sin hacer buen uso de él). Pero usted sabe, Usted, que lo que se dedica nunca se hace bien, y lo que sale bien siempre se dedica, mientras que lo que se dedica para Usted no se hace bien, y lo que no se hace bien no sale bien ni se dedica ni a Usted ni a nadie más. Así que bueno, ya sabe. Lealo y agite la cabeza negativamente.

1 comentario:

  1. Si se ha pasado la noche a la luz de las ideas, propias o ajenas, es mejor subir al piso 23, ese que conocemos tan bien, emponchados hasta que no sabemos que somos nosotros mismos y desconocemos el cuerpo propio, porque estamos torpes de tan bichito Michelin que parecemos... Es asi, que en ese piso 23, en esa terraza, el viento arrecia y parece que va a llevarnos muy lejos, vemos la ciudad, dejamos que las ideas vuelen y se vayan con ese avion que pasa. Alla, alrededor nuestro, abajo, pequeña e imponente al mismo tiempo, la ciudad cordobeza que comienza a despertarse con el sol naranja que nace... Y el viento parece querer llevarnos... Que frio... solo a algun demente se le ocurre aparecer en un piso 23 donde un huracan parece formarse... pero las ojeras pesan lo suficiente como para dejarnos en tierra.

    ResponderEliminar

Críticas, dudas, comentarios, curiosidad, insultos... cualquier cosa que deseen comentar.-