jueves, 9 de julio de 2009

Exhumación

cRepasando unos papeles (virtuales, cosa que le quita bastante el romanticismo) viejos, hallé escritos míos que hacía bastante que no leía. Como me reí mucho con ellos, se los dejo para que les echen un vistazo

Seis Días

El frío de la calle no le castigaba: simplemente era un compañero en aquella noche helada y oscura. Hasta las estrellas parecían haberse tomado un buen tiempo a paseo, y la luz artificial y anaranjada de las luces de sodio de la Avenida no era algo que le agradase.
Estaba solo, como siempre lo había estado. Solo al momento de reír, solo al momento de llorar… Tan solo que le sobrecogía ver inclusive esa transitada avenida a esas horas, de esa manera, sin una señal de vida, sin un asomo de existencia, de movimiento. Solo los semáforos titilando de vez en cuando le recordaban que ese si era un pasaje urbano, que esas veredas si eran públicas, que su tristeza tampoco era exclusiva. Decidió comenzar a sentir el frío y, sintiendo el resonar de sus propios pasos, se dirigió hacia el río.
Unas cuadras mas abajo, el río, masa impávida de eterno movimiento, parecía mirarlo sin compadecerse. Siempre había estado ahí y siempre lo estaría: el eterno cauce de alquitrán que reflejaba las luces artificiales.
Luces artificiales. Amor artificial? No, era imposible, no podía ser que esa espina, esa estaca clavada en su pecho que dolía tanto fuese algo artificial. Sin embargo, cabía la duda… era sospecha de él, invento de una mente demasiada estereotipada e influenciada por el si fácil? Era algo falso?
Suspiró, y se extrañó de no tener nada que llevarse a la boca, si no un pucho, quizás una birome, algo que mordisquear. Nunca le había gustado esa fijación que tenía, pero con los años había aprendido a aceptarla y creer que era uno de tantos errores que poblaban su vida. Acaso nunca se había concebido como error en la vida de los demás? Ahora mismo se sentía así. De más. Demasiado estúpido como para seguir mintiéndose a si mismo.

Sentando en la baranda que daba al río, contemplo el horizonte. Allí la ciudad no truncaba su vista con el gélido y rígido avance del progreso, allí podía ver la verdadera llanura de la cual era ciudadano. Se sintió extraño. Era raro sentir tantas cosas en una sola noche. Quizás hacía mucho que no salía con nadie, quizás hacía mucho que no se engañaba creyendo que quizás esta vez le quisieran. Quizás… tantos quizáses aparecían en su cabeza, esa cabeza que a veces odiaba tener, se odiaba a si mismo por tener ese único talento que era hacer analogías todo el tiempo, sin crueldad ni maldad, mas si con rapidez y carente de escrúpulos. Dentro de su mente resonaron algunos acordes y una canción que un inglés grabase años siquiera de que sus padre pensaran en traerlo al mundo, pero con la cual se identificaba en aquel momento. Le siguió un pobre piano, desvencijado, y se vio a si mismo, con menos año, barba y cabello, intentando hacer sonar en el marfil de su Tía Abuela un fragmento del Requiem de Mozart, sin mucho éxito.
Era realmente extraño, pensó. Todo se había dado con una rapidez tan turbulenta que le costaba ordenar los hechos en la cabeza, aunque lo que si persistía era esa aguja, esa molestia en el pecho. Angustiosamente no era herida física alguna que pudiese sanar, sino una depresión que poco a poco se esparcía por todo su cuerpo, como un tétanos que le poblase hasta el último de los dedos. Dejó de sentir la presión de la baranda contra sus antebrazos. Dejó de sentir la brisa ribereña contra su rostro. De repente, dejó de sentir y cerró los ojos. Y, como un Zoetropo interno, comenzó a girar, vertiginosa y fragmentariamente, todo lo que había trascurrido en aquellos seis días…


El primer contacto con aquellos ojos verdes, demoledores, le había dejado como un niño embelesado: y eso era lo que era en aquel momento: un niño embelesado. Recordó haber pensado internamente que nunca, jamás llegaría a devolverle el favor a quien había concertado aquella reunión social. Quizás un poco de alcohol para ayudar a romper el hielo, a aflojar la lengua. No bailaba, jamás bailó y ni siquiera entonces, tirado en la costa del río, creía que alguna vez bailaría. Ella quería bailar, pero ninguno de los inútiles que eran los de aquella reunión se atrevió a sacarla. Quizá no solo él se había sentido así ante esos ojos verdes… Esa sonrisa, esos gestos, esa voz. Era casi un canto, un arrullo de sirena: irresistiblemente tentador, incalculablemente incierto. Su lógica no le serviría entonces, sabía muy bien que lo que percibía podía o no ser trampa de su mente. Pero, que Diablos, mejor disfrutar de ello mientras durase.
Salieron afuera, hacía mucho mas frío que en esa, la noche del cinema dentro de su cabeza, la estaca en el pecho y los dedos insensibles. Quiso quedar bien y le ofreció su abrigo, que si le daba calor y le servía de todo, no solo de vínculo con él, sino de excusa para darle el brazo.
Todo el camino se sintió como la primera vez que la vió: como un niño embelesado, atraído inexplicablemente como la polilla a la llama. Jamás le había pasado que una mina lo arrollase con tanto ímpetu como ésta lo hacía, ni que otros hicieran la vista gorda para con ella. Realmente no le importaba si era bella (belleza era lo que sobraba en ella), eran esos ojos, esos gestos, esa sonrisa, esa voz…

Pasaron un par de días. Le invitó extrañamente a comer a su casa en compañía de unos amigos, pero bien sabía que los amigos eran excusa para volverla a ver. Intentó mantener la calma, diciéndose a si mismo que lo que le había pasado aquella noche era solo producto de la percepción alterada por el alcohol, de su propia ilusión mental.
Es noche sus ojos le volvieron a destrozar. Se volvió a sentir dentro de ese éxtasis divino, y esa vez no hubo alcohol que figurase de excusa: había algo bizarro en todo aquello, sobre todo en la rapidez con que se estaban dando las cosas. Pero ninguno de los dos pareció notarlo.
Un par de días mas y habían llegado al quinto día… con lindas conversaciones, lindos gestos, todo muy lindo. Por desgracia (o suerte, quien sabe todavía?), al guionista que hacía de su vida le gustaban mas las tragedias que los finales de HollyWood. Igualmente, él no era ni Sinatra ni Gary Grant para quedarse con una linda chica, bailar con ella y vivir felices para siempre.

Abrió los ojos y suspiró. Había comenzado a sentir el frío, y ella se había llevado nuevamente su abrigo. El maldito abrigo, por dentro sabía que solo lo había llevado nuevamente para prestárselo. Quizás lo quemaría después de que todo eso pasara. Quizás no… Se rió tristemente de su perfume, la fragancia que ella le había dejado cuando se lo había devuelto la vez anterior, dos días después. Se preguntó que clase de estúpido se ríe de su propia desgracia, y otra vez las analogías poblaron su mente. Cansado de si mismo, calló su voz interior y se concentró en otra canción que realmente le haría bien escuchar. Una anestesia musical como solo los ingleses podían hacer. También se preguntó porque solo música inglesa venía a su cabeza, y entonces recordó que los tipos viven en una isla gélida, llena de humedad, gris y metrópoli desde hace mucho tiempo. Como no escribir cosas deprimentes?
Comenzó a caminar y metió las manos en los bolsillos. Para que… otro recuerdo de ella. Se puteó.

El regreso a casa fue monótono y frío. El Silencio quizás podría incluírsele, pero para cuando llegó al sepulcro que le servía de casa ya la gente estaba despertando, y él se iba a su madriguera a soñar quien sabría con qué. Solo quería desconectarse, desenchufarse de todo y de todos. Ella había sido… había sido? ERA lo que ocupaba todo. No le fue fácil dormirse.

Despertar con acidez no era lo peor: la acidez mental lo era. No le importaba demasiado nada y respiraba un aire a siesta y nostalgia que le incitaba a dormir aún mas. Utilizó un par de amigos para descargar algo de lo que le provocaba esa aguja en el pecho. Se sintió mal por clavarlos ahí una tarde y, entre amargo y amargo, contarle su desgracia. También, una vez retirados sus compañeros, se dio asco a si mismo. Esa victimización tan patética… no podía resolverlo. Volvió a dormir.

Cuando hubo de hablar, los ojos verdes lo volvieron a demoler. No de la manera feliz y satisfactoria de las primeras veces, sino que lo hicieron sentirse el ogro que era y que no había querido admitir ser. El Monstruo, el pelotudo. Solo hubo un par de intercambios de palabras, y después acordaron un silencio mutuo. Un silencio que probablemente dejara a ambos pensando en lo que estaría pensando o sintiendo el otro.
Un libro, una frase, una canción. Siempre su mente estableciendo analogías, todo el día. Primer día sin saber de ella, pero pensándola y sintiéndola quizá tanto o mas intensamente que lo que había experimentado antes. Intentó volver a la meditación, pero tenía tal desequilibrio dentro que fue un fracaso rotundo. Y seguir distribuyendo su veneno como muestra gratis de desgracia no solo no era digno, sino que no le satisfacía en lo más mínimo. Dejó que el hambre se hiciera sentir. Dejó que la vida continuara.

Dejó de dejar, y de repente, una noche, decidió plasmar todo lo que sentía en estas patéticas líneas.


Instinto


A veces el Pensamiento parece tener que
abrirse camino por incontables barreras
hasta proponerse y ser escuchado

Julio Cortázar

Relato Verídico

La Salida a la noche misma ya fué parte de una comunión mayor de la que él mismo había esperado. Mucho tiempo había pasado desde su anterior enfrentamiento con la Madre Oscura y llena de estrellas que es la noche... no demasiado, pero si lo suficiente como para hacerle sentir esa sensación con un renovado éxtasis.
El aire fresco y nocturno se movía con un vaivén misterioso, aquel que precede a su propia antelación, cargando el ambiente todavía con mas ensueño. Comenzó a caminar con renovada energía, escuchando sus pasos por aquel sendero silencioso, tras haber dejado su madriguera. Mucho de lo que veia delante de él le era conocido, pero la nueva falta de iluminación artificial generaba nueva penumbra y dobleces de luz que creaban nuevas figuras, y daban pie a su voluptuosa imaginación a lo que fuera.
Con cada metro que avanzaba, las luces variaban en un intermitente ir y venir, oscureciéndose e iluminándose. Terminó por darles una espcie de desprecio, puesto que caminar por las sombras le agradaba mucho más que ser iluminado. Dentro del manto de la noche se sentía acogido, protegido... como pasar desapercibido.
Al fin, llegó hasta donde debía esperar. Comprobó que no se olvidaba nada, y espero. Nunca supo cuanto tardó, pero al fin llegó, acompañado de una conjunción de ruidos mecánicos que ya conocía perfectamente. Se subió y adoptó su lugar allí dentro, un cajón iluminado por pálidas luces blancas que exhibían los rostros de sus nuevos compañeros sin piedad alguna. Había excitación en algunos rostros, había sueño en otros: y había otros como él. Cazadores, pensó en un término. Paseantes, resonó en el eco de su mente. Dedicó el desgaste mental a otra cosa, y comenzó a mirar hacia afuera.
Fuera del artefacto, todo oscurecía. La vieja jungla de concreto, precariamente iluminada, era triste relato de lo que antes hubiese sido. Pensó en la tempestad tres días atrás, pensó en los trozos de hielo cayendo del cielo, recordó su propia experiencia en aquella ocasión e imaginó algunas otra suq ele habían contado. Inclusive gastó tiempo en pensar como continuaría aquella situación, como aquel paisaje de decadencia evolucionaría.
Poco a poco, sus compañeros fueron desapareciendo, descendiendo, dándose por vencidos. Pocos quedaban cuando supo que era su turno de descender.

Afuera estaba incluso más oscuro que cuando había subido. Miró el cubo de luz que se alejaba con sus ruiditos mecánicos, y respiró. Otra vez el aire fresco, otra vez volver a caminar solitario por aquellos callejones, aquel laberinto marcado. Unas luces de Sodio dieron, en un recodo, un tinte extrañamente bizarro a todo. No se divisaba ser humano en metros de distancia, ni tampoco rastro alguno de ser viviente. Sin embargo, no había quietud alguna que indicara la devastación total, ni tan siquiera una señal de seguridad. No era miedo lo que sentía, ni tampoco ganas de hacer algo: comenzaba a caminar mecánicamente, sabiendo hacia donde tenía que ir. Cada tanto, fogonazos de luz aparecían, como faros intentando tragarse la oscuridad incipiente. Arriba, las estrellas eran mudos testigos de lo que pasaba ahí abajo.

Al fin, llegó. Se metió en la rendija como una exhalación, intentando pasar desapercibido. Se quedó escuchando unos segundos antes de hacer aquel movimiento, de oprimir el interrumptor que brillaba en la oscuridad que reinaba ahí. La voz surgió, casi eléctrica:
-Quien es?-
-Soy yo Juan-
-Ahí voy-
Corto el mensaje, corta la espera, Juan apareció vestido como siempre se vestía para esas ocasiones, con la sonrisa fresca y la energía necesaria. Era curioso, siempre se sentía más viejo, más débil, más pequeño a su lado. No sabía por que, pero le generaba algo de envidia suponer que él tenía un secreto maravilloso para aparecerse siempre con aquella sonrisa.
Hechos los saludos necesarios, comenzaron la búsqueda. Continuó una serie de conversaciones con respecto a la Tormenta de días pasados, de la familia, del trabajo, de la diversión. De lo que harían aquella noche. Cada tanto guardaba silencio, dejándolo que fuera intermediario y a veces mudo interlocutor entre ellos.
Al fin, llegaron hasta el lugar indicado. Su mente entró en un estado catársico, y ya no recordó demasiado mucho... solo pensó, antes de comenzar la caza, en que esta vez lo haría. Esta vez guardaría recuerdos suficientes como para que quedara registrado.....

Horas despues... Juan había vueto a su rendija, y él se hallaba solo y lejos de su madriguera, aunque seguía en aquel estado catársico en que se había sumido. Sin miedo ni nada, solo pensando en metáforas que escribir y ordenando los hechos en su cabeza...
Tras un breve viaje, llegó hasta el sendero conocido. Sacó la primera llave, y girando dos veces entró en el preludio, iluminado por las estrellas. Sacó la segunda llave, y abrió la otra puerta. El vaho de aire caliente le golpeó como una maza blanda, y casi le obligó a desvestirse. Saludó a un par de bestias que solían convivir con él, y tras unos pocos pasos se encontró frente a aquella singular máquina, su ordenador, escribiendo un pequeño y mediocre texto. Y llegado a este punto, no conforme con lo redactado, creyó que nada nunca le sería suficientemente bueno. Maldijo no recordar algunas buenas metáforas que creía haber imaginado. Bebió un poco más de aquel líquido negruzco, y con unas pocas palabras más quiso hallar buen final a aquella redacción. Concluyó que, a modo de moraleja, la expedición de esa noche le había dejado una conclusión. El hombre será un animal que piensa, pero sigue siendo un animal. No importa donde se encuentre, siempre saldrán a relucir vetas de lo que antes fue: un ser irracional, impulsado por el instinto.

Finalmente, y ya algo cansado.... terminó..... quedándose con ganas de algo más que le moviera en aquella noche monótona y silenciosa, casi como una película muda.

1 comentario:

  1. Veo que esta semana se dedico a sacar viejas cosas del baul... Lo mio es un poco más romantico, encontré manuscritos que me parecen milenarios e imposibles que los haya escrito entre los 12 y los 17... pero tambien anduve encontrando recuerdos, gratos y no tanto... pero ¡que recuerdos!

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