lunes, 7 de septiembre de 2009

La Raíz [borrador]

Basándose en sus percepciones, solamente podía juzgar la paz de su existencia por los eventos que la rodeaban. Intentando describir sus sensaciones se halló a si misma hablándole a la nada, o mejor dicho, hablándose a si misma y nada más.

Era durante los atardeceres y los amaneceres que despertaba apenas, con modorra y pereza, estirando los miembros de su cuerpo muy lentamente y sacudiéndose de encima un poco de rocío, un poco de la escarcha de la helada, otro poco de polvo.

Despertarse a la nochecita o al día recién nacidos la hacía sentir realmente viva. No porque en otros momentos se sintiera en un plano un poco menos activo que éste, sino porque el resto del tiempo se hallaba en una inmovilidad que caracterizaba más a la falta de estímulo (que no faltaba, no obstante), que a la actividad propiamente dicha.

Cuando abría sus ojos, en el simple hecho de hacer funcionar órganos de la vista, había implicada una actividad que revereveraba y contraía en ella su lento, lentísimo corazón. Sus latidos se sentían desde muy profundo y desde afuera, no desde dentro de ella; era como si el corazón no formase parte de ella, sino que estuviera fuera, latiendo para impulsar todo lo que la nutría.
No obstante, el movimiento y la conciencia desgastaban muchas cosas, además de inundarla de estímulos. Moverse implicaba movilizar la musculatura, y a la larga se cansaba; una vez más, sin embargo, el éxtasis del movimiento y la lluvia de impulsos nerviosos que recibía compensaban totalmente el hecho de cansarse.

Lo que la límitaba y siempre la limitó fue su raíz, ese vínculo de conexión tan amada pero tan castradora. La Raíz la mantenía fija al lugar donde había nacido, y probablemente donde también moriría. Había toda una cultura, hermosa y mediocre, respecto a las Raíces y a su cuidado. La circulación que había entre la Raíz y lo desconocido a lo que se conectaba tenía un cierto toque místico, y también un toque relativamente vital.

Un día, simplemente cansada de la inmovilidad y del pensamiento estructurado, rompió su raíz, con muchísimo esfuerzo y dolor.

Pudo caminar unos cuantos pasos, mientras el fluído vital hacía que la vida escapara por la raíz rota, cortada, trunca.

Pudo beber de la vida y de la libertad durante un breve instante, antes de caér, extinta y exánime, ante el océano de seres iguales a ella, que en la libertad hallaban la muerte, y en la vida hallaban también la muerte.


Nota: borrador a ser extendido

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