lunes, 9 de marzo de 2009

Prólogo: El Escritor Soñado

Había una vez, un hombre que soñaba consigo mismo.
Aquel hombre soñaba una y otra vez con otro hombre muy parecido a él, con su mismo corte de pelo y sus mismos modales, sus mismas expresiones y con su misma cara. Sin embargo, el soñador sabía que aquel hombre no era él desde el momento en que detectó una cierta mirada, un ligero gesto, una actitud deleznable. Aquel hombre que habitaba en sus sueños era o había sido él, sí, pero ahora no era más que la sombra de algo que el soñador no llegaba a adivinar.
El hombre continuaba soñando con aquel reflejo de si mismo, habitualmente en los mismos escenarios que él pisaba y, casi siempre, en relación a personas y personajes que él conocía. El hombre jamás le había prestado demasiada atención a las manifestaciones oníricas, hasta que uno de esos días tuvo un ensueño; es decir, una suerte de corporización estando aún despierto, estando espectante y totalmente espabilado.
Una vez más, aquel hombre que no era él pero que se esforzaba por parecérsele, se le presentó delante. Nunca lo había tenido tan cerca ni había visto dentro de sus ojos con un detalle tan profundo. Aquel hombre le miró, y en esa mirada se reflejaron varias aristas detestables y despreciables que le dañaron profundamente. No obstante, el soñador (que no era lento ni perezoso, sino hombre analítico y calculador) supo vislumbrar que aquellas cosas que le molestaban al hombre tenían cierta familiaridad.
Quiso saludar al hombre que tenía delante, pero no pudo.
El hombre soñado dijo con una voz que no salía de sus labios algo con un hilo de voz.

"Soy aquello que falta que aceptes de vos mismo", dijo el hombre, "ese lado algo tonto y genial que todo ser humano forjado y crecido reprime y desadmite"

¿Acaso no era aquella misma instancia un cliché?

"Puedes ignorarme cuanto tiempo quieras" prosiguió el sueño parlante, "Pero tarde o temprano hallarás en ti una manera de entenderme, de manifestarme, de invocarme. Y esa manera te resultará tan natural, que terminarás por abrazarme y aceptarme, incorporarme y digerirme tal como soy"

Dicho esto, el sueño terminó como terminan todos los sueños: sorpresiva y naturalmente.
El hombre pensó muchos días en aquel hombre, y sus pensamientos respecto a su enigmático sueño comenzaron a multiplicarse cuando se dio cuenta que ya no soñaba con él. Ese hombre (o sea, la réplica de si mismo) se había ido de su mundo tan rápida y problemáticamente como había entrado. Y sus sueños, que había llegado a transformar en costumbre y detalle necesario para dormir y descansar, eran ahora fruto necesario para calmar la avidez de descanso de su cuerpo. Sus sueños le resultaban insípidos o poco trascendentes; nada comparable a lo que había sentido, percibido o recordado estando junto a su copia.
Aquellos días pasaron llenos de insomnia, malos ratos, ojeras de inactividad y terribles pesares.
Poco a poco, comenzó a leer alguno que otro material respecto a los sueños. Tiempo después descubrió que, a pesar de lo mucho que se había escrito del tema, todos aquellos libros y palabras no brindaban conclusiones, ni echaban luz sobre los oscuros designios de los sueños. Los sueños continuaban siendo entes estáticos e inalterables de la humanidad entera, si... pero ésta era la única conclusión a la que habían llegado alguna vez. La investigación onírica fue, para él, una decepción muy profunda.
Ni hablar de sus intentos por darle una comprensión metafísica al asunto.
El hombre vagó por muchas librerías durante esa época, y poco a poco dejó de esforzarse por comprender su falta de sueño luego de su terriblemente misteriosa corporización de etéreo carácter. El tiempo que consumía entre libros comenzó a consumirlo en la inactividad más fructífera, lo que le resultó una sorpresa bastante agradable: pasearse por diversos lugares, permanecer estático observando alguna que otra cosa, sacar conclusiones de los más insólitos lugares, como un mago saca un conejo de una galera.

Y entonces, un día, comenzó a escribir sus conclusiones.
Las escribió desordenadamente y sin valor alguno, las retrató como pedazos de pensamientos inconclusos, las plasmó como un niño trata de plasmar el concepto de hogar en un rústico y rudimentario dibujo: pues si vamos al caso, ninguno de nosotros puede llegar a colocar con exactitud en nuestro sistema de palabras aquello que no está diseñado para decirse.
Aquel hombre hizo de aquella escritura su torpe terapia.

Más tiempo después, cuando hubo encontrado una relativa tranquilidad entre sus pocos ratos durmiendo y la escritura, la observación y la reflexión, la breve lectura de alguno que otro texto que pasara por sus manos, volvió a tener un ensueño. Y en ese ensueño, aquel otro hombre que le privara del descanso se le presentó nuevamente.

Esta vez no dijo nada, sino que sonrió con una sonrisa sincera y franca, que sin embargo no dejaba de tener algo de pie a algún comentario mudo. Como el soñador no toleraba el silencio, increpó a su ensueño con un tono de voz desesperado, diciéndole:
-¡Maldito seas, cuadro de la desesperación! Gracias a ti he vivido sin poder dormir necesariamente. Soy ahora una figura fantasmagórica de lo que era con anterioridad, un espectro sin reparo cuya única estúpida y estéril fuente de descanso ha sido la escritura breve e inconclusa de alguno que otro retazo de realidad ¡Y todo gracias a ti!-
El hombre volvió a reir sin ningún sonido, y entonces dijo tranquilamente, con aquella voz que no salía de sus labios

"Te dije que encontraría la manera de manifestarme en ti. Esa escritura soy yo, esos momentos de reflexión y esos chispazos de genialidad, esa mirada surreal que le das a todas las cosas... No puedes pretender que lo hiciste todo solo. "

El hombre sucumbio ante si mismo, cayendo de rodillas ante su propio ensueño. Pensó que tendría que seguir escribiendo aquellos esbozos mientras le quedara algo de vida, porque no tendría otra manera aparente de sobrellevar aquella situaciíon que parecía consumir su vida como un inagotable e insaciable parásito.

"No te entristezcas. Estos ensueños que tienes son excelentes para todo. Vive en ellos, retuércelos y búscales una manera de expresarlos. Puedes hacerlo siempre que lo desees. Hazlo mientras puedas y quieras. Hazlo mientras aún se manifiestan delante tuyo"

Y dicho ésto, el ensueño desapareció nuevamente.

Desde entonces, aquel hombre que en un principio era atormentado por la falta de descanso se adaptó a ese nuevo marco natural, y olvidó que alguna vez había dormido sueños reparadores. Toda su vida se transformó en un sueño eterno, y los reflejos que a través de su pluma emitían destellos de fantasía tomaron cuerpo cada vez con mayor intensidad. En efecto, éste hombre, como algunos que todavía existen hoy en día, descubrió que vivir en su propio mundo era doloroso y placentero a la vez; doloroso por el quiebre con el equilibrio natural al que todo hombre suele atenerse, y por haber roto los ídolos de los que había aprendido cuando era joven. Si quieren descubrir el placer que aquel hombre halló, ustedes mismos pueden sentirlo. Seanse fieles a ustedes mismos y vivan sus sueños.
Vivir un sueño no significa evadirse de la realidad, ni escaparse a la fantasía. Vivir un sueño significa amar, creer, querer, obviar, opinar, descreer, reír.

Vivir el sueño que nosotros elegimos depende de nosotros mismos.

¿Estás viviendo tu propio sueño?

2 comentarios:

  1. Wiii soy el primero que vote :P

    Ta bueno el texto

    Bueno...ya esta

    Bruno

    P.D.:También fui el primero en postear un comentario

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  2. Nicolai ¿o soñador? hace mucho no leía algo de esa índole, con esa magia tan real y curiosa.
    Felicitaciones por el blog! Pegate una vuelva por http://locaverdad.blogspot.com

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