viernes, 13 de marzo de 2009

La Piel del Otro

Saliendo del habitáculo de un compañero, congénere, hermano de la vida y serena companía de todas las horas, hace unas cuantas noches atrás, reflexionaba respecto de un tema del que me había tocado ser oído y oreja.
Respecto de aquel tema, dos facciones tenían opiniones diferentes respectos de un mismo tema; o mejor dicho, una de las facciones pensaba actuar bien mientras que la otra le insultaba encarecidamente e intentaba defenestrar sus principios con una relativa violencia.
Ahora, cualquier espectador puede hallar esta situación repitiéndose a lo largo del globo bajo máscaras de mil y un colores, y si nos atrevemos, también hacia atrás en el tiempo. Si por algo se caracteriza el hombre es por la plena convicción de que lo que el cree, piensa, siente o crea es lo correcto, y lo que hace, realiza o destruye su hermano, padre o hijo es lo erróneo. Uno nunca es el culpable a los ojos de su conciencia, o si lo es, se le disfraza para siempre en esa máscara multicolor de la que hablaba antes.

Ahora, generalizando mucho (y es un mucho muy grande), sacando del medio miles de tonos de grises en el medio, creo que puedo decir que hay dos clases de personas ahí afuera.
La Clasificación más primaria y/o el estadío básico es el de la conciencia, la certeza, la sinceridad de saberse acertado. El principio a sostener es un hecho ineludible, incuestionable. Todo aquel que sostenga algo que contradiga o atente a la integridad del Principio es un mentiroso, un hereje, una persona a ser eliminada o modificada por la peligrosidad que implica su mera existencia: la de tambalear y hacer caer los frágiles pilares que sostienen el mundo que alberga al primer hombre y a su adorado y querido Principio. Muchos de nosotros tenemos partes de este Primer Hombre dentro nuestro, desde el momento en que ninguno de nosotros duda en el funcionamiento de los complejos (aunque parecen simples) sistemas que nos rodean y hacen posible nuestras vidas, ni de los demás.
Hasta el más agnóstico puede llegar a acumular un poco de Fe.
Para el segundo hombre, sin embargo, no existen Principios por así decirlo; o si existen, son muchos. Para el segundo hombre, los principios son cuestionables, endebles, modificables: está buscando siempre imperfecciones en todos lados y no hay principio que escape de su vista escrutadora (o escrutante, whatever). Si algún principio escapa a su exámen, es porque lo desconoce o no le ha sido revelado su existencia todavía. Este hombre, el total opuesto al primero, es un hombre que está en constante análisis de su entorno. Aunque no lo demuestre, su mente trabaja con hipótesis aceleradas y descartadas con la propia velocidad del pensamiento. Como el primer Hombre, todos tenemos un poco de este hombre dentro nuestro, y es durante la adolescencia, etapa de hermoso y bello caos, donde más aflora esta faceta que cuestiona constantemente, inclusive con prepotencia.
Hasta el más pretencioso puede llegar a formularse una pregunta alguna vez.

Hasta ahora, estoy casi seguro, sin caer en la soberbia, de que cualquier lector puede haberse sentido identificado con aquellos dos breves y sencillos arquetipos que acabo de esbozar. Es ahora cuando la cosa se pone interesante.

Existe un tercer hombre que a menudo es malinterpretado como uno de esos dos arquetipos, o bien por disimular extremismo o bien por parecer demasiado incoherente como para poder llegar a tener un modus propio. Este Tercer Hombre es el Hombre Multifacético o el Polihombre, el hombre capaz de ponerse en el lugar de todos y cada uno de los sujetos que se le presentan, de comprender y refutar a su vez todos los principios de que tiene conocimiento, de estar abierto a cualquier comentario. Este hombre es un hombre que duda en todo momento de si mismo y de todo lo que le rodea; no como el segundo hombre, que hace de la duda una forma de vida y la acepta, sino que este tercer hombre abriga dentro suyo la esperanza de que, en su búsqueda, halle alguna vez la base certera de algo. Que es ese algo, probablemente jamás lo sepa: la esencia de ese algo es la irrefutabilidad, el concepto que en sí mismo es perfecto y que no puede caer en desmedro de ningún otro.
Compréndanlo, para este hombre su mundo es tan voluble como una burbuja, y está rodeado de espinas o agujas ajenos que están dispuestos a perforarla.

Este hombre, el que se puede poner en la piel de cualquier otro, el que entiende (o cree que lo hace) a cualquiera que tenga delante (probablemente el más empático de los tres), es el más polémico y problemático. Mientras que el Primer Hombre tiene su base sentada y el Segundo tiene la suya en la duda, el Polihombre no tiene base alguna. Es quizás en su propia y constante empatía con todos que esté su base, pero por lo general los Polihombres con los que me ha tocado lidiar (los más escasos de las tres clases, he de decir) suelen tener un aspecto ajeno al resto de las personas.

Creo que puedo, en una comparación sencilla, darles una idea de estos tres conceptos algo difíciles de asimilar de los que no me adjudico la autoría, como ningún hombre puede apropiarse del copyright del mar o de los derechos de autor de las estrellas.

Supongamos que tenemos una colosal montaña, que tiene tres estadíos.
El primer hombre está asentado en el primer estadio, el más bajo. El Primer Hombre ve el horizonte y su vista solo alcanza a ver un denso y tupido bosque, por lo que dice "El mundo es un Bosque", y nadie puede refutarle puesto que nadie se atreve a explorar la densidad de la arboleda, ni ver más allá.
El Segundo hombre se atreve a escalar más arriba, y llega al segundo estadío, mirando más allá del horizonte: ve un hermoso río, tan ancho que cubre el horizonte, y dice "El Mundo es un Bosque, sí, pero también existen ríos que lo surcan". El Primer hombre niega la existencia del curso de agua, puesto que no lo ha visto ni tiene manera de saberlo excepto en depositar la confianza en el segundo hombre.
El Tercer Hombre, preguntándose si aún existen más cosas, sube a la montaña y al tercer estadío, y su vista alcanza más allá del río. Y éste hombre ve otro bosque, otra montaña y otro hombre mirándole. Es entonces cuando el tercer hombre dice "El Mundo es un Bosque, y un Río, y otro Bosque y otra Montaña y otros Hombres. Y es también un Espejo. Y es existir todos los días con tus seres queridos, y es no poder entender qué es lo que te dicen tus ojos. El nombre del Mundo es Montaña"

Sé el órden apreciativo que estoy haciendo de los tres hombres al colocarlos sobre una montaña, así que agregaré esto: puede que sea el primer hombre el que esté en el tercer estadío, y viceversa.
Puede que ni siquiera existan tres estadíos diferentes; puede que sea uno solo, pero los tres hombres contemplan distintas cosas.
Puede que los tres hombres sean daltónicos y admiren la misma cosa con distintos ojos.
Puede que los tre shombres sean ciegos.

Hay tantas posibilidades ahí afuera, todavía aguardando ser escritas y formuladas por alguien...

Como siempre, gracias por la lectura

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