domingo, 29 de marzo de 2009

Babas del Diablo


Un día terminé de terminar la noche esperando el eterno colectivo de siempre, en una noche de un todavía verano algo fresco (irónico que ahora haga tanto calor), mientras mi mente pensaba las tonterías de siempre: que tenía que sentarme a escribir, que tenía un montonazo de cosas pendientes, que cómo sería mi día de mañana, que esa noche quizás había sido un desperdicio de tiempo y esfuerzo.

Esperaba el colectivo que se tardaba por alguna razón, y comencé a meditar en una posición que ya había usado otras veces. Esa contemplación totalitaria de mi vida, mi existencia, mi ocupación; ese juicio que analizaba mis días viendo si habían sido utilizados para la estupidez y la esterilidad o para lo productiva y esporádicamente dinámica de siempre. Esos ojos que no vacilaban en lanzar agudas palabras mentales, decapitando algunas ilusiones.

Me preguntaba si realmente gastar mi tiempo como lo gastaba valía la pena. Si realmente vivir mi vida era transitar una senda alegre y feliz, o si me había hecho un camino pedregoso y áspero. Miraba las estrellas, que brillaban trémulas ahogadas por el brillo escarlata de las lámparas de sodio del alumbrado público, y ví pasar un largo hilo de Babas del Diablo (no se si el plural está correcto o no). La Baba recorría un caminito chico, y era empujada por la suave y débil brisa que soplaba esa noche, brisa fresca que acariciaba todo lo que me rodeaba.

La Baba revoloteó unos segundos en un par de remolinos de aire, supongo, y continuó su camino con una despaciosidad tal, que realmente no parecía dejar lugar a otra opción que aquella: remolcada por la brisa, eternamente sobrellevada.

Mi mente de escritorzuelo hizo al instante la analogía, mientras la baba ascendía y se perdía de mi vista en el cielo nocturno y estrellado, dejandome a la vista solamente las ramas perennes de los plátanos de una plaza cercana, árbol más que abundante por mi ciudad. Pero los árboles no me importaban: ahora estaba navegando, embriagado de noche y pasión poética generada por la breve analogía, junto a aquella baba que se sumía en el sueño de lo que era y no era, de la voluntad universal y el propio operar del que se deja arrastrar.

Quizás realmente era una Baba del Diablo, aunque no lo creía así realmente: la realidad que me circundaba, inclusive estar parado en esa esquina esperando ese determinado colectivo, era el resultado de la suma de los actos que había generado a lo largo de muchísimo tiempo. Inclusive mis ropas, mi mentalidad... todo. Pero, ¿Qué si la verdadera brisa que nos empuja es invisible e imperceptible, y creemos, como aquella baba que recorría los cielos con inquebrantable voluntad, que nosotros generamos nuestra propia brisa? ¿Qué si realmente creemos que engancharnos en la rama de un árbol es culpa nuestra, cuando es la brisa la que nos llevó allí? ¿Qué si nos asusta la inmensidad de los cielos cuando nos aventuramos más allá de lo conocido, por una calle que creemos conocer?

Me sumí en un silencio mental mientras cerraba los ojos, cosa que no hacía ni hago nunca, excepto en salvadas ocasiones. Sentí la brisa, me sentí llevado por aquel impulso. Ví cómo la brisa me llevaba, me mecía, me mimaba y me hacía sentir confortable la mayoría de las veces, mientras que otras me llevaba a paisajes brutales y lugares que me asustaban.

Abrí los ojos solamente cuando sentí ese caleidoscopio de sonidos que hace un colectivo cuando se aproxima y, para mi propia suerte, era el mío.

La llegada a casa esa noche fue casi una secuencia de cine mudo. Suelo considerar mi lecho como mi cueva o ataúd personal, puesto que el muro del sueño y mi estancia en aquel país imaginario es una parte de mi vida que respeto y cuido mucho, y solo acudo a él cuando el cansancio me empuja. Pero esa noche, me quedé tranquilamente sentado en el comedor leyendo. Esa brisa, ese cansancio que me empujaban no me quebrarían ni me dejarían de degradar mis dudas en todo momento, y la punta de ese Iceberg que habíaredescubierto no me dejó trascender a los sueños hasta dos horas más tarde.

Mi duda no se disuelve, como ninguna de las que suelo cobijar. En cierta medida, me encanta dejar la puerta abierta a nuevas miradas, nuevos mundos y nuevas instancias... pero ésta era (y es) una que me desconcierta y me hace sentir bastante ... frágil, en algunos momentos. Sobre todo, en los más deprimentes y negros que transito de vez en cuando.

¿Perciben ustedes la brisa impulsándolos detrás?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Críticas, dudas, comentarios, curiosidad, insultos... cualquier cosa que deseen comentar.-