jueves, 19 de marzo de 2009

Artículo: La Bestia de Dos Cabezas

Hola! Antes de empezar a Transcribir, creo necesario poner un pequeño prólogo de mi parte aclarando un par de cosas. Este Artículo no es mío, sino que es el primero de muchos que pienso subir acá para compartir, puesto que no encuentro su extensión virtual por la web. Segundo, Este Artículo es el actual prólogo a la edición de la Nueva Biblioteca Clarín de la Historieta, correspondiente al número del Increíble Hulk.

Podrán hacerse un alto a este momento de la lectura y decir WTF?! que tiene que ver el Increíble Hulk con lo que veníamos leyendo hasta ahora?

Es relativamente sencillo. En este artículo, como leeran, Eduardo de la Puente aborda el tema de la moralidad, la bestia interior, y lo que tiene que ser (o no). La lectura se hace muy sencilla y tiene un orígen tan copado, que no pude dejar de ponerlo como prólogo al próximo tema que quiero encarar (moralidad). Así que nada, a transcribir.

El Monstruo Que Llevamos Dentro
Por Eduardo de la Puente

Siempre me resultó doloroso lee Hulk. Bueno, de hecho casi siempre me resultaba tan doloroso como fascinante leer las historias que proponía (y propone aún hoy, elevando su apuesta permanentemente) la editorial Marvel.
Ya es sabido que el secreto de la "Casa de las Ideas" fue teñir de un hondo dramatismo la vida personal de sus superheroes, en contraposición con los nacidos de DC Comics (Batman, Superman) que -hasta mediados de los 80- sólo lo hacía cuando sus protagonistas tenían puestas las capas, circunstancia en la que algún villano de turno amenazaba sus existencias. Para los personajes de Marvel, los poderes sobrehumanos eran todo lo contrario a una ventaja: eran una verdadera maldición.
Fue por eso que Spiderman ganó mi corazón, en desmedro de mi pasión por batman, cuando a los seis o siete años de edad descubrí una de sus aventuras publicadas en forma de suplemento por la revista El Tony; en vez de un huérfano millonario me encntré con un fotógrafo freelance al que le cotaba pagar los remedios de su tía anciana y enferma, que tenía una novia rubia y perfecta que detestaba a su alter ego arácnido -buscado por la ley, dicho sea de paso- y que, tras cinco años de romance editorial, muere asesinada por el Duende Verde. Asesinada. Muerta. Kaput. Somos muchos los que todavía lloramos a Gwen Stacy.
Mientras Superman solo era vulnerable a un material llamado kryptonita -y andá a conseguir un pedazo de kryptonita si no solés viajar por el espacio con frecuencia- cualquier bala puesta en la cabeza de Peter Parker era suficiente para darlo de baja. Y Daredevil era ciego. Y el doctor Reed Richards (a la sazón Mr. Fantástico) se veía obligado a transformar a su hijo en autista para evitar que su poder mental aniquilara el universo. Y Thor era desterrado de Asgard por amar a una mortal. Y los X-Men eran objeto de discriminación, como los negros, los judíos y los homosexuales. Y Tony Stark (Iron Man), que también era multimillonario, devenía el alcoholico.
Leer cualquier historia de la Marvel implicaba atravesar circunstancias dolorosas y el mensaje final, no siempre cabalmente esperanzador, era que un verdadero superhéroe es quien logra superar esas adversidades, que a todos nos tocan con mayor o menor intensidad. Y, fundamentalmente, que eso no depende de poder pegarnos a las paredes, manejar el clima, o saltar entre universos; solo de nuestras limitadísimas capacidades humanas. Pero leer Hulk siempre dolía un poco más que el resto y recién 30 años más tarde entendí porqué.
Cuando stevenson dio forma literaria a la bestia interior creando a un Mr. Hyde para su Doctor Jeckyll sabía lo que hacía. Porque así como cada uno de nosotros tiene su muerto en el placard, también tiene al angelito y al diblo de los dibujos animados subidos a los hombros, la lucha constante entre lo que debe ser y lo que la tentación quiere que sea. La literatura los habrá transformado en un tímido facultativo que liberaba su lado oscuro a través de un grosero y monstruoso bon vivant; el cómic en un timorato científico que lo hacía mutando en un gigante verde o gris, de acuerdo a la época.
Y aunque estas proyecciones simbólicas que propone el arte parecen exageradas, poco pueden compararse al verdadero horror de lo que llamamos "realidad".
No es casual que una de las primeras letras que me tocó escribir para mi banda Trístemente Célebres se llame "El Monstruo de dos cabezas"; palabras más, palabras menos, me dedico a reconocer el Hulk que llevamos dentro, ése que de vez en cuando se libera y nos empuja a cometer actos que preferiríamos adjudicar a otro.
Desconfío de quien no haya tenido un ataque de furia al menos una vez en su vida, un arranque en el cual pudo liberar su ira, su frustración, su depresión. Desconfío de quien no haya herido, al menos una vez, el objeto de su afecto, lanzando una palabra afilada y punzante a modo de ese puñetazo devastador con el que Hulk puede derribar montañas. Y desconfío porque esa serenidad me suena mas propia de un personaje de historieta que de un ser humano.
Bruce Banner no logra controlar a su demonio interior y, a lo largo de estos 45 años, lo ha intentado de todas las formas posibles. La mayor parte de nosotros también, solo que a diferencia del científico que alguna vez se fue de mambo con los rayos gamma, cada vez que nuestro monstruo muta creemos haberlo dominado, negando que esa expresión que vemos frente al espejo sea la nuestra, intentando ignorar el hecho de que podemos escucharlo respirar en algún rincon de nuestras mentes, agazapado, esperando la oportunidad de catapultarse al exterior.
No, no te hagás el desentendido, que nadie está exento. Porque puede hbaer una diferencia de forma -substancial, de acuerdo- entre el tipo que se vuelve loco, caza un rifle y desde una azotea se dedica a bajar transeúntes con lo que puede sucedernos cotidianamente a cualquiera de nosotros, pero el fondo es el mismo, ¿O acaso no fantaseaste alguna vez con disponer de 24 horas de inmunidad para hacer justicia por mano propia? ¿O acaso no se te fueron de costado los ojitos en la playa, tratando de no girar el cuello, cuando algún cuerpo lo ameritaba? ¿Nunca tuviste ganas de mandar todo a la mierda y, cuando vengan, destrozar las consecuencias a patadas?
Ése es Hulk golpeando las paredes de tu moral.
Hoy Bruce banner sabe defensa personal, aprendió tácticas orientales de relajación, sigue más de cerca la evolución teconológica de los sistemas de vigilancia y puede esconderse mejor que nunca. Hulk se volvió más primitivo y cada vez le importa menos mostrarse cuando la cabeza grita "basta". Él -o ambos- es perseguido por sofisticadísimas organizaciones terroristas que a veces responden a algún gobierno y a veces actúan en forma independiente, tratando de asimilarlo y usarlo como arma.
Los tiempos habrán cambiado, las prisiones reales, virtuales o mentales se habrán perfeccionado, pero en el fondo del ADN todo es igual que en el comienzo.
Me atrevería a afirmar que Banner no sufre tanto el hecho de ser Hulk como Hulk el hecho de tener que ser Banner.
Porque Hulk es más auténtico, mas visceral y más sincero.
Porque Hulk es más humano.
Porque Banner y nosotros remamos contra la corriente tratando de cambiar.

Y Nuestro monstruo sigue siendo el de siempre.





Eduardo de la Puente
Periodista y conductor de radio y TV, publicó el ensayo Rock! (1986), cuatro recopilatorios de guiones de radio y los volúmenes de cuentos "Por qué tardé tanto en casarme" y "El día más feliz de mi vida y otros relatos igual de estúpidos". Actualmente es conductor de Cuál es y CQC, y guitarrista de Trístemente Célebres.

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