lunes, 1 de junio de 2009

Inner Dark Woods


Living just isn't hard enough
Burn me alive, inside
Living my life's not hard enough
Take everything away

Prayer



El viento se levanta con furia, sublevando nubes de polvo que antes no estaban ahí, fomentando torbellinos de tierra y revuelo de hojas secas. Desperté sobresaltado cuando una de aquellas me hizo una caricia en la mejilla izquierda, justamente la de la cicatriz. Miré a mi alrededor, anonadado, aún sin comprender.
La última vez me había dormido lejos, muy lejos, junto a la dulce Lomelinde y su bello perfume de flores. Muy lejos de aquí, a muchísimas horas de viaje, en una ciudad que era Mármol y piedra blanca, que era mar cristalino y botecillos pequeños, pasaje de barcos y olor a puerto. Demasiado lejos y demasiado diferente a esto.
Claro que reconocí el lugar con rapidez. Había pasado una buena parte de mi vida demabulando entre aquellos árboles milenarios, negrísimos, muertos siglos antes de que naciera, arboleda perenne que permanecía a pesar de las inclemencias del clima, el tiempo y el resto de los factores. Arboleda inmortal y muerta, como las lápidas de los cementerios místicos, como los seres que se sublevan desde el polvo del tiempo. Bosque brutal que había presenciado el horror de la guerra, el fuego, la muerte y la peor de las corrupciones...
Estaba en el Bosque Oscuro, aquella extensa pradera salpicada de arboles muertos y peñones rocosos, de césped grisáceo y chamuscado. Un lugar inhóspito y sencillo, de fauna abrupta y poca descripción posible. Inclusive la breve costa que tenía contra el mar era un violento y peligroso acantilado, y el mar allí parecía teñirse de negrura salobre y mal. Sobre todo, mal.
Todo aquel lugar expiraba aquella sensación. Todo aquel lugar no podía dejar de afectar al viajero, al aventurero, al caminante. Todo aquel lugar necesariamente exudaba aquella esencia, aquella cosa pegajosa y negra, aquel vientecillo seco que dejaba la garganta marchita y los pulmones llenos de polvillo.
Me incorporé, y comencé a rastrear el sendero que me llevaría de vuelta hasta algún punto, pero seguía sin comprender cómo había llegado ahí, y porqué. Seguía intentando cerciorarme de si aquello era un sueño, o si continuaba en la realidad primigenia que me comandaba.

No pude decidirme. Caminé en dirección contraria al viento de tormenta, hacia la costa del mar, hacia donde el susurro de los árboles muertos me llevaba. Y, casi sin quererlo, me encontré caminando hacia el Altar, el monolito de piedra negrísima tallado hacía muchísimo, gastado por el tiempo y con sus jeroglíficos exhibidos como los despojos de un cadáver.
Las Sacerdotisas no estaban, o mejor dicho, solamente parecía que había una de ellas. Ataviada con sus extraños ropajes, como si estuviera vendada por muchos puntos con vendas grises y encima tuviera una preciosa túnica negra con ribetes de plata en ciertos puntos de su cuerpo, no se movía. Estaba detenida, sentada delante del Altar. Parecía tener la frente apoyada contra el monolito ciclópeo.

El cielo ennegreció. Recién entonces me di cuenta que yo tampoco tenía mis ropas de siempre, sino los preciosos vestidos ceremoniales que había vestido contadísimas ocasiones a lo largo de mi vida. Totalmente de negro, con los tatuajes regulares en los brazos exhibidos, avancé arrastrando mi viejísima capa de viaje detrás, gris y manchada de tierra y camino. La Sacerdotisa me debió escuchar llegar, pues por más que tengo la pisada ligera, hacía bastante ruido y rompía el silencio del lugar con lo que podría haber sido un estruendo a los oídos de otro. Unos cuantos relámpagos comenzaron a surcar el firmamento negruzco, y llegué hasta al lado de la Sacerdotisa gacha, silenciosa y pequeña, ahora que estaba parado frente a ella.
Miré los símbolos, reconociéndolos. Pasé las yemas de mis dedos sintiendo la piedra negra y apocalíptica, inexplicablemente helada bajo mi tacto, piedra que a través de mis otros sentidos se sentía como miles de vidas bajo una colosal lente de aumento. Mi mano derecha pasaba revista a la piedra tallada, mientras que mi izquierda daba vueltas masajeándome las sienes, que ahora comenzaban a enturbiarse como el cielo. Un estruendo celeste resonó, rebotando en el coloso negro que tenía delante, llenándome de vibración mientras pasaba el tiempo.

Finalmente puse mi mano sobre el hombro de la Sacerdotisa, para descubrir que su piel estaba completamente helada. Me agaché a su lado y la miré. Tenía los ojos cerrados, el maquillaje ceremonial y un rostro extraño... joven, chispeante, y sin embargo, melancólico y tranquilo. Parecía dormir, en cierto modo, aunque yo sabía que no estaba ausente para nada.

La tormenta comenzó a esparcirse sobre la arboleda como un mal recuerdo, mientras la Sacerdotisa continuaba contra el monolito, y yo, junto a ella, meditaba

1 comentario:

  1. "Declaración de un humano a un alma extraña y llena de magia: Aunque ese lugar susurre secretos de muerte y oscuridad, aunque la tierra te trague y desaparezcas para siempre, aunque en los árboles observes miles de almas en sombras atravesarlos, consumirlos, transformarlos... prefiero mil veces caminar por un bosque renegrido y en pena, que por esta gran ciudad vacía, triste y solitaria en su ensimismamiento... Espero, simplemente, tu luz ilumine el camino..."

    LINDOOOOOO!!!! ME ENCANTO EL TEXTO!!!

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