viernes, 5 de junio de 2009

Ese Payaso que Asusta

Cuando el frío cala hasta los huesos y hace retemblar el tuétano como si uno fuese capaz de sentir esa parte de uno mismo (valga la redundancia), ahí es cuando se empiezan a pensar las cosas mas tontas y las más coherentes. El frío es un hierro caliente quemando y curtiendo el cuero, es el collar de ahorque con que se adiestra a los perros, es la adrenalina en sangre cuando corrés un colectivo. Pero es obvio que no vengo a hablar del frío ahora, sino de una persona que lo representa... no totalmente, he de aclarar, pero se aproxima bastante.

Era un invierno cuando lo conocí, creería. Me habló de un par de tonterías, me habló de un par de ideas que lo perseguían a todos lados; inclusive comenzamos a conversar con temas que nos referían a los dos. Pero debajo de esa fachada de pucho, abrigo y jocosidad clásica había algo removiéndose en las turbias aguas del manantial pútrido. Creánme, puedo ser muy receptivo con algunas personas, sobre todo las que se me terminan pareciendo en muchas cosas, con aquellas que comparto múltiples aristas.

Es algo irónico, pero solamente más tarde nos reconocimos como iguales, casi distantes, hermanos perdidos y lejanos o producto de algo similar a la mutación clónica.

Él dijo ser Lobo Estepario. Es curioso cómo la gente suele definirse, como una figurita (a veces repetida) que exhibe a todos como si fuera una credencial. Uno se presenta ante los demás, tira uno o dos nombres, una o dos costumbres, uno o dos elementos que te puedan relacionar con el que tenés delante. Uno cree haber enarbolado en una sola imágen lo que verdaderamente es, haber encontrado en otro sonido el eco de lo que uno lleva dentro. Y uno se siente bien presentándose así, es decir, se siente perfectamente bien diciendo "Soy", porque se siente bien sentirse bien, siendo redundante y sintiéndome bien. Uno encuentra la redundancia y la halla cómoda, fácil, sencilla. Uno encuentra ese único eco y lo cree verdadero, fiel, tradicional.
Lo cree propio.

Cuando realmente nos queremos definir por lo que somos, lamento decirlo pero solemos fallar con bastante frecuencia. No es fácil definir nada, partamos de la base: de ahí a definir una persona en pocas palabras es complicado. Complicado porque las personas suelen tener un grado de complejidad tal que no hay maneras de definirlas sin que algunos detalles necesariamente escapen. Es una quimera, una utopía querer definir a una persona? es posible, dependiendo de que tan complejos nos pongamos.

Pero no nos vayamos por las ramas, gente. A lo que quería apuntar antes era que, para definirnos, es mejor no decir o enunciar lo que creemos ser, sino lo que no creemos ser. Es mucho más fácil definir por descarte que por aproximación, y a veces, suele ser un verdadero hallazgo hacer esta clase de procedimiento. Es por eso que cuando me preguntan algún aspecto de mi persona, personalmente (y dale con las redundancias...) respondo con el desconocimiento, o insto a las personas que traten de esbozar su opinión respecto de ese aspecto al que buscan cuestionar. Esa también es otra cosa, que ya enuncié en uno de mis primeros escritos creería; los espejos de los ojos de los demás muchas veces nos ayudan a pulir la imágen que de nosotros mismos tenemos.

Él me dijo Lobo Estepario, Lobo nutrido por una multitud de lectores, un pobre escritor alemán muerto y una jodida Rusia que se me viene a la cabeza. Una imágen majestuosa, hermosísima, con la necesaria nieve y el estatuto gris de su condición. Un olor y un gusto a Soledad tan húmedo, que casi podés sofocarte con ella. Unos ojos que rezan muchísimas cosas, ojos obviamente grises y bellísimos que parecen decir con la voz que el lobo no tiene, palabras que se lleva el viento de la estepa de arbustos muertos por la helada.

Yo soy el que pasa, el viajero
Soy también el que nunca termina de irse, ni de llegar
Soy el que no puede estar acompañado
Pero sin embargo, busca constante compañía
Soy aquel que tiene miles de vidas en su haber
Soy el verdugo silencioso y el Sepulturero de montones de fantasmas
Soy el ejecutor de las tinieblas que publica la noche
Soy el cónyuge de las estrellas, todas ellas, frías y distantes
Soy el que nunca podrá comer de la misma mesa que un humano
Mas sí podrá recoger las migas que caen
Soy el que puede ser, pero no es
No soy por elección propia, han de saber
Que las verdaderas huellas del Lobo Estepario
Sólo las ve quien decide verlas

Todo eso dicen sus ojos, y sin embargo, la gran bestia que es el Lobo Estepario, triste de pena y rabia, se va de repente en un venteo de cabeza, pasos y cola fugaz, y ya no es más que otra mancha gris en la colosa Estepa que lo circunda. Uno puede preguntarse qué es la belleza que cautiva de ese pariente de los perros, qué es lo que lo impulsa a andar solo...
Pero sobre todo, uno puede preguntarse Porqué nos hace tan mal ver al Lobo Estepario. Porqué nos da tanta pena, y a la vez nos inspira tanto respetuoso temor, el verlo asomarse y mirarnos? Porqué lo vemos desde lejos, como si nos odiara y decidiera atacarnos? No hay odio alguno en su mirada, pero sin embargo nos sentimos muy intimidados en su presencia... como si fuera el portador de un saber que el resto desconocemos. Como si él se riera a nuestras espaldas de nosotros, y sin embargo, jamás le vemos una sonrisa verdadera en el rostro, al menos cuando aparece.

Éste Lobo Estepario en particular me transmitió, con el tiempo, otra cosa. No me jacto de ser una excelente compañía, pero creo que poco a poco pude domesticar lo poco de bestia que quedaba en él, y pude comprender parte de su psiquis y su manera de ser. Parte porque, principalmente, sé que jamás voy a terminar de comprender a nadie, y por otro lado, por su condición de Estepario. Hay un inmenso vacío entre nosotros dos que yo, por momentos, creo comprender. Pero cuando avanzo para salirle al encuentro, indefectiblemente caigo en el vacío sin cesar.

Este Lobo Estepario, también, fue cambiando de piel y de manera de ser, o mejor dicho yo logré desprender la piel que le había puesto encima que, como una cebolla, escondía la capa inferior. Y poco a poco se transformó en ese Payaso que Asusta, esa figura sarcástica que todos conocemos que comparte una arista con el Lobo Estepario; nos asusta, pero nos fascina. Nos llena de misterio e intriga, pero no nos fatiga. Nos entretiene, pero no nos espanta.

No se ustedes, pero creo que ninguno de nosotros puede considerar a un Payaso como a una figura cómica. Creo que, además de estar fuera de contexto, el payaso ya pasó a ser un muñeco de cera más en ese museo de horror que todos tenemos dentro, donde se apilan las efigies más tradicionales y las más particulares. Los payasos parecen reírse de nosotros sin saber ni siquiera ellos mismos porqué; son muchos, y forman hordas colosales que jamás vemos hasta que están lo suficientemente cerca. Con sus kilos de pintura, sus risas espectrales y sus ropajes estrafalarios, conforman el brazo cuasi-cómico del horror colectivo. Nadie se ríe cuando ve un Payaso.

Este Payaso en particular, tiene la característica de devenir de un Lobo Estepario. No porque me guste jugar con el simbolismo (cosa que me encanta), sino porque, cada tanto, algunos espasmos lupinos parecen sobresalir a través de su máquina de hacernos sentir bien (que es el humor), algunos reflejos de lobo que nos erizan los pelos de punta.
Este Payaso se mira en el espejo y llora como un Pierrot, pero su llanto se convierte en risa, y no hay llanto que dure lo suficiente como para borrarle la sonrisa mal pintada de la cara. También se da el proceso inverso, pero es menos frecuente (o más, eso lo sabrá él).
Este Payaso fuma, y cada cigarrillo lo hace ponerse serio y profundamente intelectual, o parecer más señorial. Inclusive a veces parece un personaje ajeno a esta tierra, con ese aire especial que le da el humo del tabaco.
Este Payaso también es uno de mis hermanos, y por más que ambos solemos tener muchas aristas en común, es un Payaso demasiado viejo para mi, pobre alma apenas abriendo los ojos a la vida. Donde yo me interno en el Abismo, él me mira y se ríe sardónicamente desde arriba; donde él lee poemas de autores bizarros, yo pinto interrogantes en mi cabeza. Tanto él es para mí un objeto de constante fascinación y buen gusto, como yo lo soy para él, creería.

O quizás simplemente nos empuja la costumbre, las obligaciones y los cigarrillos compartidos.

No lo sé. Simplemente quería explayar en unas cuantas palabras, que tanto amo y quiero a ese Payaso que nos Asusta, esa muleta necesaria en mi vida sin la cual probablemente sería más feliz, o más triste, o más sano. Si, estoy culpándolo de la creciente de mi adicción.

En fin, esto ya se desvirtuó. Saludos, y traten de descubrir a su Payaso.

Todos tenemos uno.









Dedicado al LicántroPayaso, a ese hermano del Alma. Seguí aullándole a la Luna, que quedan pocos como vos

1 comentario:

  1. jajajajajajaja, este payaso se rie y llora siempre a la vez, en un solo aullido, jajajajaja, que risa me doy, y cuanta pena siento por mi, aprendan a convivir con ustedes, despues me enseña como convivir conmigo, un abrazo negro amigo del abismo

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