lunes, 26 de julio de 2010

La Muerte del Hombre Inglés

No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de la tumba fría;
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.

No son los muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos;
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.

La vida no es la que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo,
por eso hay muertos que en el mundo viven
y hombres que viven en el mundo, muertos.

Ricardo Palma


No hay peor madrugada que aquella del trabajador que se sabe mañana otra vez bajo el mismo techo, las mismas alfombras pedorras, el mismo tufo que no limpia ningún aire acondicionado. También el del cascarudo que se sabe observado, pero no codiciado, ni tampoco comprendido. Es feo armar una bola de bosta propia cuando todo el mundo aborrece la bosta.

También hay un par de elementos que acompañan a esa clase de madrugadas: la música para acompañarse, un poco de placer propio proporcionado por una bebida caliente, especialmente para no quebrarse; un par de cigarrillos para hacer de tu aliento algo peor y el insomnio voluntario. Y aclaro; el insomnio voluntario es una de las cosas más pelotudas, y sin embargo necesarias, a las que puede recurrir un ser humano.

Pero hasta las madrugadas de este tipo suelen tener frutos, y son excusas las que nos presentamos para rehuírle al bulto de la almohada, la cama, un descanso sin sueños y sin satisfacciones. Y de repente, el mismo cascarudo que armó su bola de bosta, orgulloso de ella y de su propio trabajo, se ve obligado a destruírla. Ya sea una decisión estúpida o un convencimiento real, el cascarudo destruye la bola de bosta y la deja enterrada junto a su caparazón, sus cuernos, sus ojos de insecto y su mente de insecto.

Todo se complejiza una vez que aprendés a observar. Todo se complejiza y se vuelve cada vez más bizarro y con más niveles, inventados o descubieros. Lo que una vez era un mundo sencillo y feliz donde las bolas de bosta eran todo lo que importaban, había más cosas que observar. Había una madrugada, había una mañana; había vuelo de pájaros y tierra lavada por la lluvia. Había el concreto de la ciudad y el humo de las fábricas, y también revuelos de capitales desconocidas, y ciudades eternas que no eran bautizadas por ningún sacerdote.

También había huelgas, injusticias (o justicias escondidas), revoluciones, bombas, inventos, muertes en masa, entierros, desapariciones, amoríos y experimentos, sucesiones, falsarios, lujuria y farolitos. También había empedrados y olor de muebles viejos, muelles muertos y personas muertas.

Por supuesto, también había sueños y esperanzas. Había preocupaciones y terribles dolores de cabeza; fantasmas de personas que siguen vivas, y recuerdos de sensaciones. Se dan cuenta cómo la realidad va trucándose a sí misma y se abre, como la cola de un pavo real o un cristal deformado, o inclusive como un caleidoscopio?

El cascarudo, pobre bicho simple, trata de asimilar todo aquello que se le viene encima; más que nada porque se da cuenta de que la bola de bosta es literalmente una bola de bosta y que no es más que un átomo en la estructura del mundo (no incluyamos al kosmos, que nos vamos por las ramas). El cascarudo va asimilando de a poco, lentamente, porque es solamente un insecto y no puede creer que todo eso se le haya pasado por alto durante tanto tiempo. Y como es jóven todavía, comienza a tragar, como los cachalotes de los que ha leído, todo el volúmen del opíparo conocimiento, el océano que hay que reclamar.

Pero la historia del cascarudo es la historia de nunca acabar, porque una vez que ha asimilado (o cree que lo ha hecho) uno de los niveles de la realidad que ha descubierto, se abren dos. Son las cabezas de la hidra que no pueden ser cortadas para que el bicho muera; siguen creciendo, de dos en dos.

Pero el cascarudo no se deprime, a pesar de que la cima de la montaña parece cada vez más lejana. Ve que los otros cascarudos que, como él, se han lanzado a la conquista de la vida, se tornan cada vez más taciturnos, más cansados, más rutinarios. Pero éste cascarudo persiste y continúa. Las voces de los Maestros lo alteran o lo calman, dependiendo de su humor. Las drogas los confunden y lo alientan. Las compañías se tornan malas o buenas, pero nuestro valiente insecto prosigue su conquista.

Inevitables como son todos los días, llega la mañana en que el susodicho se detiene, y pasa a formar parte de la horda de cascarudos detenidos. Ha logrado dejar la sencillez de su bola de bosta y está orgulloso de sí mismo, sí, pero también está cansado y enfermo en todos esos niveles que ha descubierto; en todos y cada uno de ellos.

El Cascarudo podrá dejar su antorcha para que otros prosigan, pero así como nuestro protagonista soñará con su bola de bosta hasta el día en que la parca decida hacerlo bosta a él, otras bolas de bosta se armarán por otros, para otros y hacia otros. Y habrá cascarudos que lo sufran, lo comprendan o inclusive lo detesten.

1 comentario:

  1. Entre el derrotero de ese escarabajo me parecio leer Universidad, call center, etc. Muchas bolitas de mierda hay ya en el mundo como para necesitar una mas, sera cuestion de no empujar.
    Digo...

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