
Todos nosotros contamos con un arsenal de máscaras, sea más o menos reducido, o más o menos variado. Las Máscaras, fuera de la teatralidad del término, son elementos de una necesidad casi primaria por el ámbito en el que vivimos; todos necesitamos lucir una y otra máscara, dependiendo del contexto, el individuo (se admite también ente) que tengamos delante, nuestro humor, la época del año, de nuestra vida... una infinitud de factores determinan qué máscaras llevamos en qué momentos. Pero no vengo a examinar a las máscaras hoy, sino a otra clase de máscaras y a ellas precisamente me voy a referir y también voy a inferir al respecto.
Cuando uno crea una máscara, la crea o a conciencia o inconscientemente, dándole un poco de terminología moderna a la cosa. Pero en el camino de creación de la máscara, quedan un montón de recortes, un montón de bocetos, tiras de papel arrugado, colores sin usar y otras cosas que, si bien no deben olvidarse, tampoco se las debe considerar relevantes. Sin embargo, en el espacio de tiempo en que adoptamos nuestras máscaras preferidas, hay máscaras terminadas, cuyo único paso faltante es el hecho de ser recortadas, y sin embargo permanecen ahí, en el ático de nuestra vida, perennes y sin embargo, envejeciendo (como todo lo que somos y tenemos nosotros).
Estas máscaras sin recortar son particulares; particulares porque pocas veces son destruidas, y pocas veces dejan de significar lo que significan; después de todo, que cosa más cargada de significados, simbología e iconografía que una máscara?
Estas máscaras, decía, son como fotos viejas, que nos siguen tirando agua que ya se secó hace mucho tiempo, dándonos la mano con amigos que ya son polvo en el pasado (y no precisamente porque estén muertos, o alguna vulgaridad por el estilo), haciéndonos recordar lo que sentíamos cuando vestíamos aquel viejo traje, nuevo entonces, con el pelo tirado hacia atrás a la gomina.
Y una vez más me pregunto; porqué estas máscaras nunca pudieron brillar en el escenario de la vida? Porqué esa máscara particular, preparada para que una posible noviecita de la infancia vea, nunca besó con labios de niña la mejilla sonrojada de un varoncito? Porqué esa otra máscara, hirsuta y greñuda, nunca se atrevió a lucir por las callejuelas retorcidas y empedradas, manchada su boca de vino barato y sus ojos, legañosos? Porqué aquella otra máscara, la de la milicia, tampoco brilló? Y aquella otra, la del maníaco encendido bajo las estrellas, estrangulando algo que segundos antes estaba vivo? Y la otra también, la del abogado que se la pasa entre iguales, fumando habanos grandes como una casa? Que pasa con la máscara de monja, que ocultamos cuidadosamente, aunque ella le rece a Dios el Rosario todas las noches? Que pasa con la otra máscara, la máscara más sencilla de todas, la máscara rasa de recién nacido, recién graduado, o recién venido?
Me encuentro entonces ante mi némesis constante y declarado; el tiempo. No puedo dejar de pensar que sin él, la ecuación de las máscaras dejaría de tener sentido para resignificarse en la eternidad y lo perenne, la multiplicidad de las ópticas y el trabajo conjunto de la compleja mente humana. Es imposible contemplar esta posibilidad? Es posible dentro del marco de la probabilidad, pero no del de la exactitud. Además, la mente humana actual no está preparada para un shock de tales dimensiones; enfrentarse a la cantidad de supuestos, sobrenombres, trajes viejos, muertos (literales e imaginarios), palabras, perfumes y melodías volvería loco a cualquiera. Es más, ahora mismo estoy considerando escribir algo respecto a eso, y a la fortaleza de la mente humana... pero no, sería demasiado pegajoso (Aunque quien sabe, a veces mis demonios tentacionales me ganan).
Dejar el tiempo de lado nos permitiría vivir y sufrir a través de todas las máscaras, pero, es probable que pudiéramos, con cada una, sobrevivir al resto, sin prejuzgar y sin aniquilarlas? No nos mataríamos a nosotros mismos en el proceso? O acaso es mejor vivir con un número limitado de máscaras, sin saberse llevar, con el facón abajo del brazo para desenvainar ante quien pregunte por las otras, aquellas que están en el átco?
Es curioso...